Neo Noir

¿Ya es de noche?

Debe serlo, porque Mercy abre los ojos.

Entonces, ¿por qué hay tanta luz? ¿Y por qué es roja? ¿Morada? ¿Azul? 

Putos neones. 

Se levanta, dejando a su última presa en la cama. Es una chica que le recuerda a Lorena, pero que no es Lorena. Ya no puede mirar a Lorena. En su corazón no-muerto, la empieza a dejar marchar.

La mancharon, la desangelaron. Y ni siquiera tiene ganas de vengarse. ¿para qué? Ya no es divertido. La chica de la cama se despereza, y él sacude la cabeza. Hasta eso está mal. En otros tiempos se habría concedido el capricho de cargársela. ¿Por qué no? Hay que conceder a la Bestia sus pequeñas victorias de vez en cuando. Así se mantiene tranquila. Pero no; llamaría la atención, y no se lo puede permitir a estas alturas. No teniendo un Dominio en el puñetero centro de la ciudad.

—Fuera. 

Ella, obediente, empieza a recoger su ropa. Intenta captar su mirada de vez en cuando, pero Mercy no le hace caso. Ni siquiera repara en ella una vez la ha despedido. Sólo es carne. Sólo es sangre. 

Se coloca su viejo anillo mientras camina, desnudo, hacia la ventana. En efecto, la ciudad está inundada de colores; de falsa vida. Coches patrulla, ambulancias, carteles que anuncian excesos banales…

—¿Cómo es posible que las cosas se hayan jodido tanto? 

—¿Perdona? 

Mercy aprieta los dientes. 

—Que te pires. 

No hablaba con ella. Hablaba con Deirdre. Es el único rostro que ve, después de todo. Cada vez que flirtea. Cada vez que folla. Cada vez que se alimenta. 

Cada vez que mata. 

Siempre es Deirdre. 

La puerta se cierra. La chica que no es Lorena ni es Deirdre se ha ido.

—Y nosotros pensando que no podíamos ir a peor —Mercy apoya la frente en el cristal. Suspira, pero no hay vaho que lo empañe. Su cuerpo no está caliente—. ¿Te acuerdas? Aquel mundo enfermo, corrupto y moribundo.

¿Quién me iba a decir que lo echaría de menos? 

¿O quizá la echa de menos a ella?

Daniel Mercy murió un poco más cuando Deirdre se convirtió en cenizas en sus brazos, sí. Fue allí cuando todo empezó a irse a la mierda. El momento en el que los rascacielos sombríos empezaron a llenarse con esas condenadas luces… 

Y con las luces llegó el fuego. 

—Ellos no lo entienden. 

No. Nikki, Valeria y el resto no tienen ni idea. Resucitaron en un mundo en el que son presas. Carroñeros. Ratas de alcantarilla que se escurren en las sombras. Para ellos esta persecución sin fin no es más que el orden natural de las cosas. Para ellos, los Sangre Débil y los Caitiff no son más que nuevas facetas de la no-vida. 

Nunca conocieron a los Príncipes. No vivieron los Tiempos Finales ni la Yihad. La Yihad de verdad, no este juego de niños. Nunca han paseado por un Elíseo que fuera seguro de verdad, ni se han sentido protegidos por la Mascarada. Para ellos, es una cuestión de supervivencia, para Daniel, era comodidad. 

«Yo era un caballero de la Rosa. Era un Toreador cuando eso significaba algo. 

Ahora, ¿qué soy?» 

Nada. 

Osiris, Sandman, Sirena, Sanguijuela… 

No. Hubo un tiempo en que Daniel Mercy podía trazar su genealogía hacia William Grey y más allá. Un tiempo en el que podía haber sido un maldito Arconte de la Camarilla. 

Pero esas cosas ya no importan, ¿verdad? Se las llevó el fuego. La luz de neón de esta Villalba de pesadilla. 

—Atlanta, Savannah… ¿lo recuerdas, Deirdre? Cuando el mundo era nuestro… 

Cuando ambos luchaban por una Secta que gobernaba el mundo desde las sombras. Cuando los humanos eran Ganado; puntos rojos sobre un mapa, y los únicos enemigos que preocupaban de verdad a los vampiros eran otros vampiros. 

Mercy se aparta del cristal y se fija en su habitación. En su refugio. ¿De verdad es tan llamativo? ¿De verdad es para tanto? ¿Un puto bar con un par de recuerdos es tanto pedir en esta Nueva Noche? 

—Adaptarse o morir, dicen los Sangre Débil, Deirdre —el Toreador que siempre será un Toreador, sonríe—. Es una elección muy fácil, ¿no crees? Ya estamos muertos. 

KNOCK KNOCK

El golpe sordo de unos nudillos contra la vieja madera arranca a Mercy de sus pensamientos. Molesto camina hacia la puerta.

  • ¡Que te he dicho que te pires!

Un hombre de porte elegante y el pelo largo recogido con sutileza le mira desde el dintel con un gesto entre divertido y desafiante.

  • Ella ya se ha ido señor Mercy. Pero yo me preguntaba si podría vestirse y concederme unos minutos.
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