Náufrago

La palpable oscuridad inundaba la habitación. Una oscuridad densa como una noche sin estrellas y calmada como un río subterráneo. Los únicos resquicios de luz que había eran los leds de alguna de las máquinas de extracción y almacenamiento sanguíneo que gobernaban la habitación, drenando vitae y suministrando sangre, incansables. En el infinito mar negro de su mente una sonrisa afloro, ya que una vez había oído decir que aquellas luces se denominan “Vampiros electrónicos”. Fue una lástima que el trozo de madera que le atravesaba quirúrgicamente el corazón impidiese que esa sonrisa llegar a sus labios. Le habían roto el corazón incontables veces a lo largo de su vida y no vida, pero nunca de esta forma y nunca durante tanto tiempo.

Hacía mucho que había perdido la noción del tiempo. Tenía constancia de cuando era de noche por el simple hecho de que se despertaba, una vez más, en esa pesadilla que construía su existencia. Noche tras noches, mes tras mes, año tras año. Oscuridad y recuerdos. Y no precisamente recuerdos agradables. Dios… daría lo que fuera por poder gritar de verdad, estaba harto de hacerlo solo en su mente.

Su bestia hacía tiempo que se sentía domesticada, aunque eso no apagaba la sed. Un tubo le bajaba por una especie de bozal suministrandole dosis de sangre constantes, saltándose la lengua y la garganta, directamente dentro. Dios… daría lo que fuera también por saborear aunque solo fuera una gota. Mientras una docena de vías le drenan las venas, extrayendo su vitae. O al menos a esa conclusión había llegado con el paso del tiempo, ya que a veces tenía la sensación de que cambiaban de sitio, ergo había alguien que durante el día le hacía algo a él y los que llamaba sus vecinos de purgatorio, que no sabía cuántos eran, pero sabía que estaban ahí con el. Algunas noches durante un momento efímero hallaba consuelo en eso. Estupido de el.

GOLPE.

¿Que ha sido eso?

GOLPE. GOLPE. GOLPE.

Una puerta frigorífica acorazada vuelta frente a sus ojos y por primera vez en años ve luz, tenue, pero luz. Y escucha voces discutir mientras una alarma comienza a sonar. 

“ ¡¿Es que romper cosas es lo único que sabéis hacer?!

Un hombre con chaleco elegante y los símbolos de la baraja francesa en el rostro entra en su campo de visión, mientras otros dos, uno con camiseta de basket y otro con aspecto de rockero miran horrorizados el contenido de la habitación. Docenas de vástagos estacados, desnudos y colgados del techo recorren la macabra estancia, mientras un sinfín de tubos les alimentan y drenan. Sospechaba desde el principio que habría alguno más junto a él, pero no creía que tantos. La alarma sigue sonando y una chica con el pelo rosa arranca la consola de la máquina a la que van a parar todos los tubos.

“¡Cojed al cabron de Mercy y vamonos de aqui de una puta vez!”

ESPERAD, NO ME DEJEIS AQUI. NO, NO, NO, NO, NO, NO. ¡SOCORRO! … 

Inútil, los gritos mueren dónde nacen, en su mente. Rápidamente los visitantes descuelgan varios cuerpos mientras siguen discutiendo. La última en salir, una chica con plumas en la cara le mira a los ojos durante un segundo mientras sonríe con maliciosa curiosidad.

SI, SI, SI, SI, SACAME DE AQUI.

Duda un momento, como si estuviera seleccionando una presa. Hasta llega a acariciarle la cara levente. 

SI, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. 

Y para su horror, la caricia se va. Ella centra su atención en otro cuerpo. Descuelga a una chica rubia que había junto a él. Se la echa al hombro y se va junto a los demás a toda prisa, sin mirar atrás.

La aparente calma vuelve a hacerse con la habitación de pesadilla, donde por lo menos un centenar de ojos muertos, pero plenamente conscientes, han contemplado la escena con horror y gritos atrapados dentro de sus propias mentes. El horror y el grito de un náufrago que ve como un barco se pierde en el horizonte para no volver jamás.

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