LA SANGRE DEL HOMBRE MUERTO

  • ¿Acaso Afrodita no sabía lo que le vendría encima a Paris al ofrecerle el amor de la mujer más bella del mundo? Claro que lo sabía, era todo una trampa. Para empezar, porque la mujer más bella no era Helena, era ella. Y para terminar, porque… porque Paris era gilipollas, ¿sabes? Un cateto de pueblo venido a más. Un simple mortal, en medio del juego de los dioses. Entiendes quién soy yo en toda esta historia, ¿no? Y quién es Afrodita. Qué coño vas a entender… No, joder, Helena no es nadie. El inútil de Paris debería haber apuntado más alto, a la propia Afrodita. Ya… habría acabado igual de mal, o peor. Sí, justo lo que me ha pasado a mi. Deja de mirarme así, joder.

Renfield disparó al ojo izquierdo del cadáver, pero no consiguió que la posición de la cabeza cambiara. Solo se inclinó levemente, como haciéndole un gesto burlón y mirándole más intensamente con su ojo restante. Se avalanzó sobre él, cogiéndole de las sienes y estampando su cabeza una y otra vez contra la chapa del container. Si hubiera habido alguien con ellos, el ruido de los golpes rebotando entre las seis planchas metálicas no le habría dejado escuchar los gritos del Sangre Débil.

Una vez la rabia había sido desfogada, Renfield se incorporó y se recolocó el cuello y las mangas de la camisa, como si lo que acababa de pasar solo hubiera sido un pequeño contratiempo sin importancia. Abrió su maletín, cogió una jeringuilla y extrajo sesenta mililitros de sangre, aún cálida, del cuello magullado del cadáver. Dejó la jeringuilla en la mesa plegable y empezó a preparar el resto de mezclas. Fue introduciendo los ingredientes en el vaso medidor con decisión, aunque realmente no sabía al cien por cien lo que estaba haciendo. La rabia iba y venía, pero el enfado permanecía. Tenía esas recetas nuevas, y le iba a llevar muchos meses descifrarlas. No tenía tanto tiempo, no iba a dejar que se le adelantaran. Así que los sentimientos contradictorios, la impaciencia y la falta de descanso nublaban su criterio, pero también aumentaba su soberbia de alquimista autodidacta, por lo que iba a llevar ese experimento a cabo, saliese como saliese.

Había tendido unas cuerdas de extremo a extremo del container, cerca del techo, y en ellas había atado una treintena de palomas muertas. Cuando acabó con las mezclas sólidas, fue cortándoles una a una el pescuezo, prestando atención a las densidades y velocidades de la sangre al caer al suelo. Efectos simpáticos lo llamaban algunos. Desató las indicadas y las exprimió sobre el refresco con cafeína que hervía en el vaso medidor. Añadió la mixtura de tierras y metales, terminó de diluirlo todo y con la jeringuilla que había usado en el cadáver recogió otro poco de la nueva mezcla. No tardó demasiado en atarse la goma en el antebrazo. Le dió un par de toques a la jeringuilla para romper burbujas, y para adentro. 

En círculos de alquimistas, si es que existen, seguro que suele decirse que usar sangre muerta es peligroso. Que puede ser un ingrediente poderoso, pero es muy difícil usarlo correctamente. Si se tuviese que juzgar por ese caso, estarían en lo cierto. Las arterias y venas de Renfield se hicieron visibles bajo su piel semi muerta. Primero notó que su brazo le ardía, y luego el resto del cuerpo. Quiso resistir el dolor esperando una revelación, pero lo único que vio fue su rostro emplumado, sonriendo, mordiendo una manzana dorada. Cayó desplomado, sabiendo que no había conseguido nada. Queriendo únicamente conseguir sobrevivir un día más, para continuar experimentando. Sin imaginar, ignorante y estúpido como Paris, que ya lo había conseguido todo.

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