La Bruja y el Lunático

Desde los lejanos tejados de la Basílica de San Lorenzo del Escorial una silueta femenina escucha con calma como las campanas de la medianoche replican melodiosamente. Con su último tañido, uno a uno los focos que iluminan el imperial edificio y su plaza de armas se apagan, sumiendo todo en una espesa negrura desde donde las luces de la lejana ciudad de Madrid se vuelven, si cabe, un poco más mágicas y amenazantes.

Poco a poco, casi como orquestados por un buen director de teatro, los humanos abandonan las inmediaciones del Monasterio mientras tímidamente, el silencioso murmullo de una pesada losa de granito deslizándose muestra el único punto de luz en las inmediaciones. De la misteriosa y reciente apertura que había bajo la pesada losa,  comienza a brotar una conocida melodía, tanto para los pobres infelices que se debaten sobre si entrar por la misteriosa apertura, como para la mujer que contempla con imparcialidad y distancia la escena. 

Esta última no puede evitar que sus ojos se pongan momentáneamente en blanco.

– No me jodas Jack, deja de meterte en mis asuntos.

Desde la oscuridad, junto a la mujer, una socarrona y entrecortada voz se ríe.

– Oh, venga…ya Karma. No… seguirás… enfadada por… unas páginas… y un par de baratijas… de nada. ¿Eh?

Si las miradas matasen, el hombre vestido con una elegante casaca roja, que acababa de aparecer de entre las sombras, habría muerto en el acto. Varias veces. 

– Oh. Entiendo… estás enfadada. No te preocupes… para ti… también tengo un…regalo… Un acertijo… ¿Te interesa? De que…te sirve ser… una bruja…inmortal si no…te divertes…de vez… en cuando. 

Aunque las luces se hayan apagado la oscuridad no ha devorado del todo el imponente edificio, alumbrado ahora por la tenue luz de la luna y el leve resplandor del pueblo a su alrededor. Un suspiro más tarde, la respuesta llega acompañada de una mueca de desdén. Mientras los vástagos guiados por la música desaparecen de su vista introduciéndose en el hueco de la lápida de piedra, la Tremere señala en su dirección.

– ¿Sabes qué día es hoy? No es el momento de andar con esta clase de juegos. Y mucho menos aquí.

El malkavian tras dar un par de palmadas, casi cariñosas, sobre la bóveda que les ampara sonríe burlón.

– Lleva siglos… funcionando perfectamente… No se romperá por… un… puñado de novatos. Además Karma… no es nuestro juguete…no podemos romperlo…nosotros.

Y no… me cambies… de tema…a ti, a tu gente, ¿Os… interesa mi… acertijo?

Con una seca señal de asentimiento, la mujer acepta y el Maestro de Ceremonias mediante gesto teatral le susurra algo en el oído. La expresión de Karma pasa de la impasibilidad más rígida a la estupefacción para acabar en miedo. Simple y puro miedo ante las palabras del viejo Malkavian. Que sin mediar más palabra, serio como una estatua, realiza un pequeño gesto de despedida, se gira y desaparece entre las sombras, mientras algunos acordes de su vals favorito comienzan a resonar, para perderse en la noche de los altos tejados de San Lorenzo del Escorial, el cual inmutable continúa su larga guardia hacia las luces de Madrid.

Las horas pasan y la mujer permanece quieta, irónicamente situada como una gárgola en esos viejos tejados. Esperando a ver si esos aspirantes son capaces de salir con vida del lugar que, durante algún tiempo, fue suyo. Y pensando en ese acertijo para el que sospecha saber la respuesta. Una respuesta que no le gusta nada. 

El alba se acerca y la bruja se despereza para irse. Dando por perdidos a esos incautos ignorantes, que han tratado de morder más de lo que eran capaces de tragar. Cuando ve cómo salen, casi a rastras, de la apertura. Dos de ellos completamente inconscientes y cargados como fajos. Encogiéndose de hombros se marcha meditabunda, aún con las palabras de Jack en la mente y casi como respondiendo al acertijo murmura:

– Si vis pacem…

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