Jacuzzi al pasado

Madrid, 9 de enero de 2021. 23:37 horas

Soy Raúl Rozas. En estos momentos estoy pensando que a lo mejor la estoy cagando. Bueno, de algo hay que morir.

Estoy conduciendo un Mercedes ML 350 de 2011 por una carretera secundaria. Acabo de tomar la salida 27 de la nacional 6 en dirección a nuestro destino. El todoterreno derrapa ligeramente pero su sistema 4×4 hace que me sienta seguro. Es un modelo antiguo, pero fácil de levantar, un seguro de vida con esta climatología. Yo pensaba que los Mercedes eran coches de viejos. Desde que Zequiel me «regaló» uno, no pienso en conducir otra cosa. Que rápido se acostumbra uno a lo bueno. Aunque ha dejado por fin de nevar, las consecuencias de la histórica Filomena se dejarán sentir en Madrid aun por muchos días. Ni siquiera Narciso recuerda algo como esto. Madrid está maniatado. Hay que aprovechar esta oportunidad, es ahora o nunca. A mi lado de copiloto, Narciso luce incómodo.

– ¿Estás absolutamente seguro de que no nos van a pillar?

– Tranquilo, está todo controlado – Respondo. -El coche de policía más cercano está a 10 kilómetros, he venido a primera hora y he despejado todo. Dadas las circunstancias, han dejado solo un vigilante de guardia y «realmente» va a estar durmiendo hasta por lo menos las 8:00 de la mañana, hasta las 10:00 no tiene relevo, tenemos toda la noche para nosotros…

– ¡Pero esto es el puto casino de Torrelodones! – replica Narciso. -Tendría que tener mas seguridad.

Sonrío tranquilo.

– Los protocolos de seguridad refuerzan las cajas y apagan los demás generadores, hay que proteger la pasta. He puenteado un par de cosas para tener acceso y luz en nuestra área privada. La verdad es que me lo he currado bastante.

– Lo que me sorprende es que sepas hacer estas mierdas – contesta.

Encojo los hombros.

– Una tormenta histórica, unas informaciones del ruso, tú que hablas más de la cuenta, conocer los protocolos locales…. Además te recuerdo que trabajo como guardia de seguridad. Tengo tres cursos homologados. Soy algo más que una cara bonita…

– ¡Qué flipao! -me espeta.

– Déjale que está cagado – Interviene Valeria desde el asiento de atrás.

Miro por el retrovisor y la veo jugueteando con los enormes aros que tiene por pendientes.

– No sea que se le olvide lo de ser consensualista al verme en el jacuzzi .

– Puff- resopla Narciso. – La verdad es que sería bastante probable que te diera lo tuyo.

– Eh eh eh – Interrumpo – Controlar vuestro ardor guerrero, que yo no he venido hoy a sujetar velas.

Valeria me mira a los ojos por el retrovisor.

– Dos son compañía y tres son multitud, menos cuando estás tú, tontito.

Los dos empiezan a reír cómplices mientras mis nudillos se ponen blancos apretando el volante.

– Sois los dos muy graciositos

Los tres callamos de repente. Acabamos de llegar a la puerta trasera del casino de Torrelodones. Aparco detrás de una furgoneta de reparto que ha quedado atrapada. Nos deslizamos como ladrones al interior del edificio. Todo está en silencio. Les digo que me esperen y accedo al cuadro secundario de la instalación. Activo un par de relés previamente preparados, las luces del ala sur se encienden. Una pequeña parte del casino parece cobrar vida. Los tres entramos por una puerta privada situada detrás de uno de los escenarios. Lo hemos logrado, estamos ante las puertas del reino. Uno de los múltiples refugios privados de Zequiel de la Torre, amo y señor de Torrelodones. El jacuzzi que ocupa el centro del salón es nuestro cofre del tesoro.

– ¿Entonces de verdad lo vamos a hacer? dice Narciso sonriente

Enciendo el jacuzzi que empieza a burbujear como si tuviera vida propia. La habitación se llena rápidamente de vaho.

– Para algo hemos venido – contesto

Empezamos a quitarnos la ropa de abrigo y nos quedamos en bañador. Narciso es afilado y de piel morena. Yo soy más bajo, robusto y de tez clara. No podemos ser más distintos. Se me queda mirando de arriba abajo.

– ¿Pero esto que es? dice señalando mi cintura entre risas.

Mis bermudas marrones a la altura de los tobillos con toques verde fluorescente, vuelven a ser un brutal contraste comparado con ajustado bañador negro turbo que luce Narciso.

– ¡Joder no tengo otra cosa! digo. No me compro un bañador desde que era humano.

– Madre del amor hermo…

No le dejo acabar la frase. Le empujo con todas mis fuerzas y cae de espaldas en el jacuzzi. Yo me tiro detrás de él a bomba. Empezamos a pelear en el agua. Parece que tenemos otra vez 15 años. El combate es igualado. Puede que el sea mas fuerte, pero yo estoy más acostumbrado a que me partan la cara. Valeria con los brazos cruzados nos mira desde lejos con una mezcla de desdén y suficiencia.

– ¿De verdad que nos hemos colado aquí y lo único que vais a hacer es bañaros en el jacuzzi? No me lo puedo creer.

Narciso y yo paramos, la miro

– Ya hemos hablado de esto. Si la liamos es más fácil que nos pillen. Cuando hablamos con los señoritos del dominio en verano prometimos portarnos bien con todos. Incluido Zequiel. No seas cortarrollos y metete, que lo has prometido. Además tenemos que hablar.

Hay fuego en su mirada.

– Lo cierto es que no pensaba que lo pudieras lograr, pero es verdad, una promesa es una promesa.

Se desviste y se queda en ropa interior. Un top púrpura oculta lo que podría ser un tatuaje en su espalda. Antes de poder ver mas se zambulle de un elegante salto en el jacuzzi.

– De acuerdo, hablemos

Y hablamos. De lo ha sido este año pasado, de lo que esperamos en el nuevo, de que estamos de mierda hasta el cuello y de cómo vamos a salir de esta. También nos enfadamos, gritamos y nos echamos cosas en cara. Pero la sangre no llega al río. El agua hirviendo a máxima temperatura y las circunstancias atemperan nuestro carácter. Y al final de la noche, cuando recogemos y tratamos de borrar nuestra huellas, tengo una sonrisa en los labios. Aunque nos hayamos jugado el bigote, aunque Zequiel de la Torre no sea el verdadero enemigo, aunque esto traiga consecuencias. Necesitábamos una victoria, aunque fuera pequeña, aunque no sirva para mucho.

Si nos la vamos a jugar, que mejor sitio que un casino


Con un click, Zequiel apagó el televisor tras repasar la cinta. Su jefe de seguridad se mantenía callado, de pie y con las manos cruzadas por delante, con la cara roja por la vergüenza. Era bajo sus narices por donde los intrusos se habían colado. 

-¿Eso es todo, Jonás? ¿Nada de daños, piezas sustraídas, nada? ¿Tan solo un baño en un jacuzzi?

-Si, señor. Estamos comprobándolo por triplicado, pero parece que eso fue todo.

Zequiel tamborileó los dedos en la mesa una, dos, tres veces, en silencio, mirando a la pantalla apagada.

-Está bien. Puedes retirarte, Jonás. Espero un informe en mi mesa mañana con lo ocurrido, y con las medidas que vamos a tomar al respecto. 

Jonás asintió y salió del despacho a pasos apresurados

-Oh, una cosa más. ¿Jonás?

-¿Sí, señor?- Dijo el jefe de seguridad con voz temblorosa.

-Que no vuelva a ocurrir. – Respondió Zequiel con una sonrisa.

Los pasos del humano se alejaron rápidamente, y una vez dejaron de oírse. Zequiel se giró de nuevo a la televisión, poniendo de nuevo el video desde el principio. La intrusión, la discusión, los gritos en los que la sangre no llega al río, las bromas entre aquellos que se creen amigos. Pobres chiquillos. Durante un minuto pensó en la intrusión y el insulto velado, o en las consecuencias que debían venir de actos como estos. Pensó en equilibrar la balanza, en mantener las apariencias, en intentar, una vez más, enseñarles las reglas del juego. Con cuidado, garabateó su decisión en la esquina de algún contrato de construcción de otro local de apuestas en un barrio obrero. Rutina.

“Comprarle un bañador a Raúl.”

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