06 Ene DEN FARLIGE TID
El portal está abierto. Por los rastros de vómito al principio de la escalera, es fácil saber por qué la última persona que ha entrado no se ha tomado el tiempo de comprobar que la puerta se cerraba correctamente.
Alguien está haciendo café a lo lejos, un despertador suena cerca de alguna de las ventanas que da al patio interior. A pesar de que aún es de noche, la vida no descansa, y los primeros retazos de movimiento para aquel lunes comienzan a llevarse a cabo. Ruidos en dormitorios, en cocinas, en baños.
Sólo llevaba un par de meses en Dinamarca cuando aprendió que, a aquellas horas antes del amanecer, se las llamaban den farlige tid. Un espacio de tiempo en el que dejarse llevar, jugar a estar vivo, olvidarse de que el tiempo pasa y de que el sol no tarda en asomar; es demasiado fácil.
Y demasiado arriesgado.
No era mas que un niño a ojos de sus hermanos cuando les convencía de aprovechar el tiempo peligroso en ir a espiar a los trabajadores de la fábrica cercana. En cómo despertaban, en cómo se vestían, en cómo desayunaban antes de entrar a su turno.
Pero ya no es un niño, hace mucho tiempo que ya no.
Sube los escalones despacio, disfrutando de cada segundo que pasa mientras asciende por esa escalera a la que aún debe hacerse. Si se parara a pensar un momento, se sentiría horrible; culpable, traidor. Por eso no lo hace, por eso se centra en la sonrisa que no abandona sus labios y en la sensación de sentirse invencible, aunque sepa de sobra que no lo es.
Juguetea con las llaves mientras pasa por un piso y por el siguiente, y cuando por fin llega frente a su departamento, se alegra de saber que no tardará mucho en tirarse en el colchón de su cuarto y desconectar del mundo hasta la noche siguiente.
Abre la puerta despacio. Cuelga la mascarilla en el perchero de la entrada y camina con pasos pesados directo al dormitorio.
Es Vero quien le hace parar. Sale del salón de golpe, y aun con una mano en el pomo, se le queda mirando con una expresión difícil de leer.
— ¿A ti qué te pasa? — pregunta Narciso al cabo de los segundos de un silencio que no sabe interpretar.
Pero la chica no responde. Deja escapar todo el aire que estaba manteniendo por la nariz y su mirada se ensombrece con algo que parece decepción. O miedo.
Ambos igual de peligrosos.
Deja la puerta abierta y le rodea para llegar hasta el perchero, recoger su chaqueta y salir del piso. Sus pasos bajando por la escalera se escuchan atronadores ante aquel silencio que no parecía tan denso cuando entró instantes antes.
— ¿A esta que la pasa ahora? — pregunta, asomando la cabeza al salón para mirar a su hermano en el sofá.
— ¿Y a ti? ¿A ti qué cojones te pasa?
Ni siquiera se mueve, no hace la pantomima de fingir un mínimo de humanidad. Sus labios se separan lo suficiente como para que el sonido vuele hasta los oídos del cantante y la estatua hecha de carne continua en su quietud.
— A mí me pasa que no tengo tiempo para jueguecitos y que me piro a dormir — responde secamente.
Y es cierto, no tiene tiempo. No tardarán en tener que bajar todas las persianas, y aún quiere hacer un par de cosas más antes de que el cansancio le sobrevenga. Pero sabe que, aún así, no ha dicho más que una mentira.
— Pues para no tener tiempo para jueguecitos, bien que no te cansas de jug-
— Paso — le corta —. Hasta mañana, Alex.
— ¿Dónde coño estabas, Narciso? — pero éste ya se ha encaminado por el pasillo hacia su cuarto. Escucha como su hermano se mueve, persiguiéndole, y cuando alza la voz, tiene que controlarse para no lanzarle algo para acallarle — ¡¿Qué dónde coño estabas, Narciso?!
— ¡¿Y a ti qué coño te importa?!
— ¡Pues para saber al menos qué clase de mentira decirle a tu novia la próxima que pregunte por ti, so gilipollas!
Ambos se quedan congelados. Alex en el marco de la puerta, Narciso en la mitad del pasillo. El silencio regresa, más denso, más pesado, más peligroso.
Algo en la boca de su estómago se siente como si fuera a subirle una arcada.
— ¿Ha venido Val? — pregunta, y esta vez, su voz es casi un susurro.
— Te ha llamado al móvil, que te lo has dejado.
— ¿Qué le has dicho?
— ¿Me vas a decir dónde estabas?
— Alex, ¿qué cojones le has dicho a Valeria?
— Dime dónde mierdas estabas.
— ¡Contéstame, coño!
— ¡Estabas en el puto casino, ¿verdad?!
No lo piensa. Simplemente se lanza.
Alex es mucho más alto que él, por lo que el golpe se escucha resonando contra el esternón del que considera su hermano. Ambos cuerpos se estrellan contra los pilares de la puerta del salón y la madera cede un poco. Un vecino grita que, por favor, se controlen los golpes, que hay gente que quiere dormir.
Se enseñan los dientes como hace tiempo que no lo hacen.
— ¿Me respondes de una puta vez? — sisea, alzando la barbilla para mirarle desafiante, sin quitar la mano de su pecho, empujando.
— Le he dicho que has salido a comer — contesta tras unos segundos de silenciosa lucha. Entonces, su mirada cambia —. Pensándolo bien, tampoco le he mentido. Si que has salido a comer, pero no lo que ella se piensa.
Se escucha un gruñido que es de todo menos humano. La mano empuja un poco más y un crack retumba con fuerza por todo el piso.Ambos se miran de una manera en la que ninguno está acostumbrado a mirar al otro.
Y es esa mirada la que hace que Narciso termine apartándose, recuperando el control del que tanto presume.
— Recuerda que me prometiste que no le dirías nada.
— Recuerda que me prometiste que no volverías a ir.
Se siente igual que si hubiera bebido de un enfermo. La mano que ha estado apretando el cuerpo de su hermano no deja de temblar y sus ojos se niegan a mirarle directamente.
— No te metas, Alex.
— ¿Has vuelto a vincularte?
— He dicho que no te metas.
— ¿Pero lo estás?
— … no.
— Ah, que bien. Entonces sólo eres gilipollas.
Alex comienza a reírse sin ganas. Se separa de la puerta, saliendo al pasillo mientras un rastro de astillas y cachitos de madera y yeso caen tras él.
Narciso abre la boca para decir algo, lo que sea, pero el chico se le adelanta y empieza a hablar en danés. Rápido, muy rápido, una sucesión de palabras que salen a borbotones de entre sus labios, como una cascada de agua contaminada, de ácido. No es capaz de seguirle el ritmo, el idioma se le traba en la mente y las palabras que logra comprender no tienen sentido.
— Alex, en español. Sabes que si no, no te entiendo. Hablame en español. Alex, no me jodas, al menos háblame en inglés, coño. Alex, cojones, que no te entiendo. ¡Qué no te entiendo, coño!
Pero su hermano le mira sin dejar de hablar. Se yergue frente a él, parece que ha crecido. Da un paso en su dirección, y, durante un segundo, Narciso se siente diminuto.
Minúsculo.
— ¡Cállate!
El puñetazo cae con más fuerza de la que, en cualquier otra situación, hubiera utilizado. Pero no lo piensa, no puede. Solo quiere hacerle callar. Necesita hacerle callar.
Y lo logra. Por unos instantes, un nuevo silencio les cubre. Uno caliente, asfixiante, igual que el de un incendio cuando todos los cuerpos han dejado de gritar.
Alex se lanza contra él. Es incapaz de mantener el equilibrio y ambos caen con fuerza al suelo. Se revuelven, en una maraña de arañazos, mordiscos, puñetazos, patadas. La piel empieza a desgarrarse, y los huesos vibran ante cada golpe, amenazando con romperse. Se revuelven por el suelo del pasillo, impulsándose con los pies en las paredes para aplastar al otro con más fuerza, más rabia. Los mechones de cabello arrancado se quedan pegados en los pegotes de sangre que van maquillando sus cuerpos, y los sonidos que escapan de sus bocas abiertas suenan a algo que no debería poder escucharse.
Una patada en la barbilla hace que Alex retroceda, y Narciso aprovecha esos segundos en los que su hermano tiene la cabeza echada hacia atrás en un ángulo terrorífico, para escapar de sus brazos y correr hasta el cuarto.
Cierra con fuerza y se apoya contra la puerta. El gruñido que oye al otro lado le avisa para plantar firmemente los pies, y aguanta la primera embestida, la segunda.
— ¡Narciso,åbn døren!
— Jeg vil ikke! — contesta en aquel idioma del que ha escapado todos esos años.
Los golpes en el suelo le hacen dar un respingo. El vecino comienza a gritar que, si siguien así, llamará a la policía.
Se prepara para la tercera embestida, pero esta nunca llega.
Nadie se mueve durante un par de minutos. No se escucha ni un sólo ruido en ese piso con el suelo y las paredes salpicadas de sangre y traición.
— ¿Alex?
— Eres un egoísta, Narciso.
La voz de su hermano llega rota desde el otro lado de la puerta. Llega derrotada, dolida.
— No te metas, Alex. Nada de esto tiene que ver contigo.
— ¿No tiene que ver conmigo? Me estacaron, me vaciaron como si fuera un brick de zumo. Y todo porque tú no supiste borrar bien tus pasos. ¿Qué crees que pasará ahora, que te dedicas a tirar por la borda todo por lo que nos hemos pasado años luchando? ¿Y para qué? ¿Para volver a ser la putita de alguien?
Abre la puerta de golpe y encara el rostro destrozado de su hermano. Pero, aunque quiere volver a romperlo, es incapaz.
— No tienes puta idea de nada.
— No, no la tengo. Porque fui un gilipollas y creí en ti, en que manteniéndome al margen y dejándote a ti al mando, todo iría mejor. Pero ya veo lo equivocado que estaba.
— Cierra la boca, Alex.
— ¿O qué? ¿Vas a cerrarmela tú? Alguien tiene que ponerte los pies en la tierra, Narciso. Y está claro que la loca del coño de Valeria no va a ser. Y mucho menos Zequ-
El bofetón resuena con fuerza por el pasillo, y antes de que su sonido desaparezca, la respuesta estalla contra las paredes. La marca de una mano queda impresa en las mejillas de ambos hermanos, dibujada entre arañazos y pieles levantadas. Se miran, resollando, con las miradas húmedas de algo que ninguno quiere admitir.
— Déjame en paz.
— Lo haré. A ver si te gusta que lo haga cuando toda esta mierda te explote en la cara.
Narciso cierra con fuerza la puerta. Antes de que ésta se recupere del golpe, su madera tiembla bajo los puños de Alex al otro lado. Y después, silencio.
Ninguno se mueve por lo que parece una eternidad, y cuando los pasos de su hermano desaparecen por el pasillo, siente la cara empapada y el pecho vacío.
Se aleja de la puerta despacio, casi como si todo se moviera a cámara lenta, y mientras den farlige tid roza sus últimos instantes, se gira hacia la ventana para bajar la persiana.
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