CASINO

Si algo saben los vástagos de la talla de nuestro momentáneo protagonista es que por mucho que se complique una mano, siempre puedes sacarte un as bajo la manga. Y nadie en toda la Sierra de Guadarrama, podríamos incluso afirmar que en todo Madrid, sabe mas de eso que el Señor de Torrelodones, Zequiel de la Torre, noble representante del clan de la rosa y amo del Gran Casino Madrid. Han sido algunas noches complicadas, pero como siempre, todas las cartas de la baraja vuelven a estar repartidas donde a él le gusta.

Como cada noche y para calentar, el vástago picotea aquí y allá entre las mesas más corrientes de su brillante reino. Una mano de Black Jack aqui, 1.000 euros apostados al  rojo en la ruleta. Todo funcionaba como siempre, un reloj perfecto de avaricia, euforia, luces y en ocasiones, desesperación. Zequiel casi puede paladear todas esas emociones en el aire, decidiendo qué tipo de sangre le apetece tomar esta noche. ¿Alguien eufórico, ciego de codicia?… No. Tal vez otro día, hoy su paladar le pide algo distinto, añejo podría decirse.

Con un simple movimiento de muñeca, uno de sus lacayos, estratégicamente colocado para estar al tanto de lo que pudiera ofrecerle a su amo, acude. El Toreador susurra algo en su oído y apenas 10 minutos después, en una de las salas privadas del casino comienza una partida de gran nivel, de esas en las fichas podría rivalizar con el PIB de algún pequeño país africano.  Oh sí, eso es lo que el amo de Torrelodones necesita esa noche, casi puede sentir el sabor de la sangre de sus rivales… pero súbitamente una presencia rompe por completo la atmósfera que Zequiel ha construido, su concentración se esfuma por completo. Si el corazón le latiese, estaría casi desbocado… Hacia muchos años que no sentía algo así, y mucho menos en su propio dominio. 

Pero como si de un relámpago se tratase, en cuestión de un minuto la presencia se desvanece, y Zequiel recupera la compostura. Justo antes de que le dé tiempo a excusarse un momento para averiguar que acababa de pasar, otro de sus lacayos se le acerca con una elegante bandeja, en la cual descansa un sobre a su nombre, entregado por un “individuo de aire excéntrico”. Extrañado, casi nervioso, el Toreador lo abre. No termina de leer la totalidad del contenido cuando la ficha de poker, por valor de 100.000 euros, con la que estaba jugueteando cae súbitamente al suelo, ante la sorpresa e incredulidad del vástago que sujeta el papel con una mezcla de miedo, curiosidad e ira.

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