AUXILIO

El joven, iluminado por las luces del casino en el medio del escenario, parecía un ser de otro mundo. Un vestigio de lo Divino, del Arte que hacía de esta no vida algo que valiese la pena. Su voz inundaba el lugar, llenándolo con algo mucho más intangible que el sonido, mucho más etéreo que las simples vibraciones en el aire.

Y aún así, el Tahúr se removió en su asiento, incómodo e incapaz de atender a lo que, durante los últimos meses, había sido solaz y descanso, preludio a un buen banquete y a una gran noche. Pero el recuerdo de hace unos días le atormentaba aún. El terror de lo ocurrido, y la ira nacida del mismo, llenaban casi cada minuto de sus horas de vigilia. Las sangre apenas le satisfacía, e incluso la desesperación y el júbilo de los desgraciados del casino apenas hacían mella en sus sentimientos. Sin mediar palabra, y sin esperar a que la canción terminase, se levantó, yendo con rápidos pasos hasta su estudio. Tenía que hacer algo.

El Tahúr cogió su pluma, papel, y comenzó a escribir. Intentó apartar de su mente los constantes pensamientos que le asaltaban desde hacía días. Imágenes de fríos inviernos, de un rostro desfigurado y de sentimientos perdidos en el tiempo.

Para. Piensa en lo que tienes delante. Siete misivas.

La primera, para el perro fiel. Demasiado amable durante demasiado tiempo, y sin duda escondiendo mucho más de lo que enseñaba. Un día le arrancaría a todos las manos de un mordisco. No podía fiarse de él.

La segunda, para la Artista torturada. Perdida en su jardín de prisioneros y fantasmas. Desaparecida durante meses. Afilada como los cristales que escondía. Compartiendo miedo y sufrimiento en esa hora de indefensión y oscuridad. No podía fiarse de ella.

La tercera, para la Bestia, sobrevolando las montañas. Cada vez más sola, rodeada y asediada por legiones de enemigos. Puede que muerta, devorada por las sombras. Resplandeciente en su desdén y su orgullo. En otra vida, quién sabe, ¿pero en esta? No podía fiarse de ella.

La cuarta, para la Furia. Joven, insensata, y rebosante aún de las emociones y sentimientos que sin duda serían su gloria y su ruina. Suficientemente lista para saber cuándo ocultar lo que la marcaría para el matadero el tiempo suficiente como para sobrevivir una noche más.

Dispuesta a todo por aquellos a los que pensaba que amaba. No podía fiarse de ella.

La quinta, para el Objeto de su admiración, si no de su deseo. Desaparecido en los meses de caos y pandemia. Escondido, quizás. Alguien que había visto su ser y no había apartado la mirada. Suficientemente humano como para haber atraído a otros a su alrededor. Carismático, rebelde y, francamente, brillante. Hasta el Tahúr se veía cegado por su luz. No podía fiarse de él.

La sexta, para la Araña, tejiendo sus redes en las sombras. Que se pudriese en su ambición, sus intrigas y ardides. No podía fiarse de él.

Nunca más.

En la Sierra no había lugar para la gentileza ni la galantería, y no quedaba ni un ápice del espíritu de juego que el Tahúr tan desesperadamente buscaba. Está bien. Se acabaron, entonces, todos los juegos. Se acabaron las cortesías de mesa,los guiños entre rivales y las estocadas amables. La Sierra pedía monstruos, y monstruos tendría.

El Monstruo sonrió para sí, firmando la última de las cartas. Para la Belle Dame sans Merci.

Sólo un loco se fiaría de ella.

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