Absueltos

Cualquiera que la conociese sabría que está nerviosa. Cualquiera que no, pensaría que siempre lo está.

Mira a la caja de cigarrillos que tiene sólamente por postureo. La nicotina ya no surtía ningún tipo de efecto antes, así que ahora todavía menos. Sin embargo, coge un piti y se lo enciende. Piensa que aparenta más compostura cuando lo sujeta entre sus dedos. Realmente, lo que más le preocupa es si pensará eso mismo el vástago que tiene delante.

No sabe muy bien lo significa estar estacado y, a la vez, despierto. Cuando lo sacaron de aquella nave, él se mantuvo algunas horas más en ese estado de «consciencia» antes de cerrar los ojos. Han pasado varias semanas hasta que ella ha conseguido que se queden a solas. Le ha faltado poco tiempo para enchufarlo a un tanque de sangre, sin quitarle la estaca. «Hazme caso, pero estate quietecito».

Tiene dudas de si lo que pretende es buena idea. Como siempre. Tiene dudas de todo, pero no quiere que se le noten. Da una calada mientras le mira de reojo y chasquea la lengua en cuanto se siente juzgada. Vive así. Vivía así incluso antes de que la abrazaran. ¿Qué ha cambiado ahora?

Muchas cosas, pero tiene una mucho más clara que las demás: está harta. Se gira hacia él y le levanta la barbilla, echándole el humo en la cara. Se pregunta si la estará mirando de verdad. No cree que nadie la vea como es. Le han puesto una etiqueta y da igual todo lo que haya hecho después. Detecta un brillo socarrón en los ojos del vástago y no sabe si es real o tan solo el recuerdo que tiene de él, pero frunce el ceño y tira el cigarro. Se acabó: la balanza se ha inclinado.

Saca una pequeña navaja del bolsillo y alza el brazo. Antes de hacerse un pequeño corte en la muñeca, aparece un pensamiento fugaz: ese que le habla de los pocos principios que le quedan. De su discurso sobre los vínculos. De su integridad. Bah. Ha aprendido que, para que la vean, tiene que dejar de escuchar a esas estúpidas voces de última hora.

El filo corta la carne y aparece la sangre. Las pupilas del vástago se dilatan, y ella está segura de que, esta vez, no es fruto de su imaginación.

Por primera vez en mucho tiempo, Valeria sonríe.

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