06 Ene Un Gangrel Nómada
La consciencia llegó a él devolviéndole a la realidad en forma de un sordo dolor que le aguijoneaba en varios puntos del cuerpo. Muchos, a decir verdad. Abrió los ojos para observar su entorno, aunque no necesitaba orientarse. Sabía dónde estaba. El perfil recortado de un acantilado se adivinaba sobre su cabeza, lejos. Muy lejos. La luna, casi llena aquella noche, dejaba escapar parte de su luz a través de caprichosas nubes que viajaban llevadas por el viento. En algún punto a su espalda escuchaba el rumor del mar, rompiendo contra las rocas. En algún lugar, no muy lejos, escuchó el ladrido insistente de un perro… y se dijo que no quedaba más remedio que ponerse en movimiento de nuevo. Concentró su voluntad para forzar a su cuerpo a regenerarse, una vez más, una noche más…
* * * * *
Unas horas antes Erik contemplaba el conjunto de edificios de un área de servicio, a un lado de la carretera por la que viajaba. No era gran cosa. Una gasolinera abierta 24 horas, un motel de carretera y la joya de la corona, el bar/restaurante, refugio y descanso de incontables camioneros y demás trabajadores nocturnos. Observaba el lugar apoyado en una camioneta, con cajón trasero abierto, aunque cubierto por una lona. El olor era lo que le había atraído hasta el aparcamiento. No hacía falta ser medio animal para notarlo. Olía a muerte. A cadáver. Bueno, cadáveres, dos concretamente. Mientras olisqueaba alrededor, con el ceño fruncido y la nariz arrugada, recordaba las palabras del Oso, su Sire. Le hablaba del Sire de su Sire o algo así. Un emprendedor que había decidido buscar cotos de caza más saludables, al otro lado del mar. El Nuevo Mundo. En el siglo XXI, Erik también era testigo del nacimiento de un nuevo mundo, aunque no fuese geográfico. La Yihad había pasado a ser algo secundario, si podía creerse tal cosa. La presa eterna, el ser humano, dejaba de serlo, poco a poco. Y los vástagos de Caín, si uno atendía a las leyendas, los eternos cazadores… bueno… Habían pasado por épocas mejores, sin duda. Se preguntaba si sus antecesores se habían sentido tan desconcertados ante el nuevo mundo de su época como Erik ante el mundo de las tecnologías, de internet, de las cámaras de seguridad conectadas en todo momento a una red de vigilancia. Era como si la presa de repente tuviese millones de ojos, todos ocupados en delatar sus merodeos. Con una memoria infalible, incansable. Ese era uno de los motivos de su viaje. Necesitaba volver al origen. Necesitaba aprender a cazar de nuevo, pues aunque los lugares fueran conocidos, era un nuevo mundo, con nuevas reglas, nuevas precauciones a tener en cuenta, nuevos peligros, nuevos métodos de caza.
Al entrar en el bar, como de costumbre, la recepción que tuvo fue la de las miradas a medio camino entre la sorpresa, la sorna, el desprecio y el miedo… algunas cosas nunca cambian, por mucho que el mundo sea nuevo. Entre los borrachos, camioneros, empleados, putas y clientes, siempre había quien murmuraba alguna burrada al ver a una especie de hippie melenudo, vestido con una gabardina de cuero, un kilt, y varios kilos de mugre. La mayoría de las veces, era en ese momento en el que empezaba el juego, la caza. Pero lo cierto es que aquella noche Erik cazaba otro tipo de presa y no era la sed lo que le guiaba. La atmósfera teñida de amarillo, por las bombillas de la estancia, estaba cargada de humo. Suponía que la policía tenía cosas mejores que hacer que multar al dueño de un bar de carretera por permitir que se fumase en su establecimiento. El centro lo ocupaba una mesa de billar, cuyas manchas de humedad podrían haber servido de cultivo de estudio para encontrar la cura a innumerables enfermedades. Al fondo, una inmensa pantalla de televisión no paraba de vomitar resúmenes deportivos, alternados con combates de algún tipo de lucha moderna sin sentido para Erik. Tras el inicial revuelo por sus pintas, la gente volvió a sus cosas, y él puso a trabajar su olfato. Debía llevar varias horas allí, pues el rastro era débil, pero le había dedicado mucho tiempo a la camioneta, y tenía el olor tan aferrado como aquellos borrachos sus cervezas.
-Una noche dura, ¿eh?- comentó al llegar a la barra.
-Ya te digo, muchacho- el hombre vestía unos vaqueros que podían competir en mugre con el atuendo de Erik. Una camisa de cuadros verdes y negros, rota en algunos puntos y una gorra de camionero completaban su aspecto -¿De dónde cojones sales tú con esas fachas?- le preguntó algo sorprendido. Era de los pocos que no había vuelto la cabeza en su dirección al entrar.
-De aquí… de allí… es un mundo extraño, ¿no crees?- respondió Erik con un gesto ambiguo de la mano. Aquel hombre podría haber matado a las personas de la camioneta tan sólo con su aliento, pero eso no explicaría el tufo a sangre. Una pequeña mancha en el cuello de la camisa corroboraba lo que le decía su nariz. ¿Cómo era posible que nadie lo notase?
-Ya te digo que si es extraño- a su conjunto de virtudes se sumaba la muletilla “ya te digo” –Pareces un tío majo… no te lo tomes a mal, pero estaba aquí a solas con mi cerveza… y no quiero compañía de ningún tipo…
-No me lo tomo a mal. Pero soy un tipo curioso- apenas prestaba atención a la conversación, y cada poco volvía a olisquear.
-¿Estás resfriado o qué?- quizás de no haber estado borracho, su suspicacia le habría servido de algo, pero parecía haberlo dicho por decir, mientras se rascaba la mandíbula, adornada por una sucia barba descuidada.
-Es el olor a sangre…- susurró Erik, inclinándose un poco hacia delante –Me irrita la nariz. Tranquilo, hombre… no soy policía ni nada así- añadió dándole una palmada en la espalda.
-¿Un familiar entonces? ¿Qué quieres?- a pesar de todo, no parecía a la defensiva. No reaccionó violentamente, ni se apartó. Parecía casi desear algo así.
-Como te digo… soy un tipo curioso- y lo cierto es que Erik se descubrió preguntándose él mismo qué quería. No tenía claro por qué había entrado allí, buscando el olor del asesino -¿Por qué lo hiciste?
-Ya te digo que eres curioso- dijo el camionero, encogiéndose de hombros antes de responder –No lo sé. Me tenían hasta los huevos. Todo el día con la música a todo volumen. Toda la noche molestando con sus folleteos. Con su bonito coche precioso y carísimo. Sus perfectos trabajos y sus gimnasios y sus putas mierdas… Me tenían hasta los huevos- repitió, como si quisiera convencerse de que era un motivo suficiente para matar a dos personas.
-Entiendo. Hay gente muy molesta, ¿no es así?- Erik se inclinó un poco más, y el pelo, puras rastas, le cayó sobre los ojos, cubriendo el tenue resplandor rojizo que apareció en ellos. Mientras hablaba sobre cualquier cosa, se centró en la cara del hombre. Venillas inflamadas cubrían la zona alrededor de la nariz y las mejillas. Ojeras profundas, no de sueño precisamente. Las pupilas dilatadas. Entre lo que iba descubriendo de su aspecto, su olor, y lo que iba escuchándole a medias se hizo una composición de lo ocurrido. No era nada novedoso, ni importante en el esquema general de las cosas. No era una maniobra de la Yihad. No era una trampa de la Inquisición. Era un simple camionero borracho y amargado, que había volcado su ira en sus vecinos… y ahora no sabía cómo salir de aquella mierda.
En determinado momento se escuchó alboroto cerca de la televisión. Al parecer alguien había descalabrado de manera aparatosa a otro alguien, dentro de una jaula, rodeado de gente que aullaba pidiendo sangre y violencia. Los parroquianos del bar de carretera también la pedían, gritándole a la tele como si los protagonistas pudieran oírles.
-¿Sabes?… Creo que te entiendo mejor de lo que piensas. Me he sentido así en ocasiones.
-Ya te digo…- respondió por enésima vez el camionero, aunque en seguida levantó la mirada sorprendido, cuando el significado de aquellas palabras penetró en su abotargada mente -¿Cómo? ¿Quieres decir que tú…?
-Es complicado- le cortó Erik –Pero no tiene nada que ver contigo. Tú quieres una salida. Terminar con todo, ¿verdad?- Asentía lentamente mientras hablaba, y el tipo también lo hacía, quizás dándose cuenta en ese preciso momento.
-Supongo que si- terminó la cerveza tras una profunda respiración –Pero me falta valor. No quiero terminar así. Sólo. No puedo dar marcha atrás. No puedo remediar lo ocurrido. Pero no está bien… no señor… lo que he hecho…- negaba con la cabeza, y para sorpresa del Gangrel, parecía realmente arrepentido, agobiado y angustiado.
-No te preocupes… Algo se nos ocurrirá…
Unos minutos después ambos caminaban hacia la camioneta. Golfo, el enorme perrazo mestizo, cruce de gran danés con alguna otra monstruosidad enorme, estaba sentado junto al vehículo. Al ver a Erik meneó el rabo contento, pero al oler al camionero, un sordo gruñido se abrió paso por su garganta, enseñando los dientes amenazador.
-¡Virgen santa!- exclamó el hombre, asustado -¿Qué coño…?
-Shhh…. Es Golfo. Un amigo. No le gusta la sangre- explicó Erik mientras daba unas palmaditas en el lomo del perro, tranquilizándolo -La sangre ajena, al menos… Y ese olor… No has sido muy cuidadoso, ¿eh?
-Supongo que no… no he hecho esto antes, ¿sabes? No soy un…- dudó sin completar la frase.
-Si. Si lo eres. Eres un asesino. Novato, pero asesino. Tú conduces, yo te guío.
La carretera se internaba durante unos kilómetros en el ascenso a un acantilado cercano. Erik le fue dando indicaciones, con calma y paciencia, a pesar de las miradas inquieras de su improvisado compañero de viaje. Golfo ladraba en el cajón trasero, incómodo y molesto por los cadáveres ocultos bajo la lona. La camioneta llegó a un mirador, en el recodo de una curva. A aquellas horas apenas pasaba ocasionalmente algún camión. A lo lejos, se apreciaba una vista maravillosa de la ciudad, surcada por una miríada de puntitos luminosos. Pero aquello estaba muy lejos.
-Bien. Aquí es…- dijo Erik.
-Pero… ¿sin más?- preguntó su interlocutor -¿Y la camioneta?
-Deja de preocuparte por ella. No vas a conducirla más, ¿no es así? Yo me ocuparé luego.
-¿Tú? Pero…- dudaba, temeroso al fin, enfrentado a lo irremediable.
-Shhh… no te preocupes. No irás solo al infierno. Yo saltaré contigo.
-Pero ¿por qué?- preguntó sorprendido -¿Qué has hecho tú para querer morir?
-Mucho. Pero no es mi hora. Sólo estoy aquí para acompañarte y que no vayas solo. No le des más vueltas- lo cierto es que el propio Erik no lo tenía muy claro, pero algo en su interior, su instinto, le empujaba a hacerlo. Quizás se había vuelto loco –Es un nuevo mundo, amigo… y no hay sitio en él para ti. Quizás tampoco para mi. Pero aquí no hay millones de ojos observando. Aquí soy libre para hacer lo que quiera, incluso para saltar por un acantilado. Y si te ayudo a pasar el trance… ¿por qué no?- sonrió con una inquietante mueca, encogiéndose de hombros. Sus colmillos eran visibles ahora, y sus ojos rojizos también, pero aquel hombre, aquel asesino acuciado por la culpa y por su miserable vida, no pareció darle mayor importancia.
Erik se recogió la maraña de pelo en una improvisada coleta, y se desprendió de la chaqueta de cuero, excusándose diciendo que era un regalo. El otro tipo se quitó la gorra, como si quisiera afrontar su último momento con la cabeza descubierta, sin esconderse. El gesto pareció aliviarle de alguna misteriosa manera. Se miraron. Asintieron en silencio. Y saltaron…
* * * * *
Lo cierto es que no sabía cuánto tiempo había pasado. Los ladridos de Golfo se hacían insistentes. Mientras sus piernas se recomponían de un modo antinatural, Erik maldijo para si mismo. ¿En qué cojones estaba pensando? Con gesto dolorido se incorporó. A pocos metros se encontraba el cadáver, con algún que otro roto añadido en la camisa de cuadros. Aún llevaba sujeta la gorra en una mano. La caída no le había desfigurado del todo el rostro, y Erik quiso pensar que portaba un semblante aliviado. Pero un nuevo ladrido de Golfo le sacó de aquella fantasía. Era un puto asesino borracho que se había suicidado. Cogió la gorra de aquel tipo del que no conocía siquiera el nombre, y encaminó el ascenso para largarse de allí. Ya estaba bien de deambular como un nómada. Si el Nuevo Mundo quería comérselo, Erik se lo pondría un poco más difícil…
Sorry, the comment form is closed at this time.